Un impetuoso príncipe, afanoso de impresionar a su padre, consigue al fin una hazaña de renombre: se apodera de un artefacto, la daga del tiempo, durante la invasión de un palacio.
Dicha daga resultó ser más de lo que parecía y al margen de albergar extraordinarios poderes servía al mismo tiempo de llave para abrir el reloj del tiempo. Influenciado negativamente por un malvado visir, el príncipe abre la puerta del pasado y la desgracia se cierne sobre el palacio, convirtiendo a casi todos sus habitantes en temibles monstruos sedientos de sangre. El protagonista es perseguido por el Dahaka, el guardián de la línea del tiempo, por culpa de su desliz con las arenas del tiempo. Su destino es morir. No resignado a ello, el protagonista viaja a La Isla del Tiempo, donde espera convencer a La emperatriz del tiempo de que evite la creación de las arenas del tiempo.
Sin embargo, las cosas se tuercen de manera insospechada. Tras centenares de saltos y trampas evitadas, decenas de enemigos caídos bajo su espada y otras tantas utilizaciones de los maravillosos poderes de su daga, el Príncipe de Persia consigue, o eso cree, su objetivo, volviendo atrás en el tiempo y retrocediendo justo antes de que su padre invadiera el Palacio. Pero nadie puede escapar a su destino y un implacable ser cuyo objetivo es buscar una divina retribución por lo que tuvo que ser y no fue, el Dahaka, persigue al protagonista noche tras noche después de ese suceso. Su única opción consiste en viajar a una misteriosa isla e intentar conseguir audiencia con una mujer muy especial, la Emperatriz del Tiempo. Al derrotar a la emperatriz, las arenas son liberadas, pero el efecto de este acontecimiento tal vez no cambie su destino todo lo que el Príncipe desea...
El escenario es un tanto original. Todo se desarrolla en una fortaleza. Sin embargo, los constantes viajes del Príncipe de Persia en el tiempo, entre el presente y el pasado, revelan con mucho detalle las diferencias que los estragos del tiempo causan en cada escenario, diferente según la época. Por ejemplo, el presente muestra grandes porciones del escenario que han sido derruidas o invadidas por la naturaleza.
Hay un notable cambio que ha sufrido no solo el protagonista sino también los alrededores, la ambientación y la paleta de colores empleada para decorar el juego, mejorándose y enriqueciéndose desde la primera entrega de la saga.
El uso de la cámara sigue siendo un elemento destacable, si bien los efectos cinematográficos empleados un año atrás ya no sorprenden de la misma forma.
En resumen, gráficos 3D y escenarios 3D, efectos de niebla, de luces y sombras, y suavizado por doquier.
El apartado sonoro, en cambio, sí que ha sufrido bastantes modificaciones en relación con Prince of Persia: Las arenas del tiempo. Ahora se ha optado, en vez de las enigmáticas melodías orientales, mágicas y místicas, por una música mucho más oscura y orientada a la acción, con fuertes dosis de heavy metal. En realidad, parece como si el Príncipe de Persia hubiera mudado de personalidad, y esta nueva oscuridad y agresividad denotadas por él, enraícen en la música al igual que lo han hecho en los gráficos.
La jugabilidad es sencilla y eficaz, aunque no añade nada nuevo, creativamente hablando, al que ya se mostrara en Prince of Persia: Las arenas del tiempo. Las novedades técnicas sí que existen, y aunque no son muy numerosas, sí que caben destacarse.
Por ejemplo, esta vez se trata de una evolución del nuevo estilo de juego en tres dimensiones. La acción se centra en el combate cuerpo a cuerpo sin dejar de lado los intricados puzzles de las plataformas. El protagonista es mucho más agresivo, puede manejar distintas armas (incluso dos a la vez), decapitar a sus enemigos y partirlos en dos.
El sistema de lucha (Free form fighting system) permite ejecutar numerosos movimientos de combate y combos, y por ello los enemigos son más numerosos y peligrosos.
Nuevamente, Prince of Persia: El alma del guerrero, es un juego subtitulado y doblado íntegramente al castellano. El cambio surge en la calidad del doblaje, algo más banal y monocorde, carente de emoción en momentos en los que la agitación, el miedo o la rabia debieran ser palpables.